Después de este parón de casi un mes, no estamos muy seguros de que aún
haya alguien al “otro lado” leyéndonos. A los que aún estéis ahí, dale que te
pego, cargando cada día la página del blog en busca de noticias desde este lado
del charco, os pedimos disculpas por la sequía. A estas alturas ya todos
sabréis que a principios de febrero mi madre tuvo una caída en la ducha y que
se rompió una vértebra, lo cual, naturalmente, nos ha tenido muy preocupados. Afortunadamente
mi madre se está recuperando muy bien (¡está hecha una valiente!). Y aunque
obviamente a raíz de este episodio me ha costado un poco volver a entusiasmarme
y ponerme a escribir, aquí va mi intento de resumir las últimas semanas.
SALTO A CHILE
Desde el pequeño y remoto Lago Puelo en Argentina, tomamos un bus que nos
llevó al otro lado de los Andes, con destino a una ciudad llamada Puerto Varas.
El viaje, en el que constantemente estuvimos rodeados de montañas, fue un
auténtico regalo para la vista.
El paso fronterizo no estuvo exento de un punto de emoción. Al llegar a la
aduana chilena, las autoridades nos hicieron bajar del autobús con nuestras
bolsas de mano, que tuvimos que dejar en una pasarela. Mientras hacíamos cola
con nuestros pasaportes y un formulario de inmigración en el que teníamos que
declarar lo que metíamos en el país, un perro entrenado se paseaba por la
pasarela olisqueando cada bolsa, así como todas las maletas que sacaron de la
bodega del autobús. El perro pasó varias veces por la pasarela, deteniéndose
tercamente en frente de la pequeña mochila de Ollie y finalmente señalándola
con intensos ladridos. Para entonces ambos estábamos tan avergonzados como nerviosos
que, en respuesta a la pregunta de “¿qué lleváis en la bolsa?” hecha por la mujer
de la policía aduanera de aspecto severo, grité de los puros nervios “¡UN TOMATE!” para alivio de todos los
pasajeros que se rieron a carcajadas, lo que nos aflojó todos un poco los
nervios. Ollie me miró entonces con aire divertido y me susurró “¡Te lo dije!
Tendría que haberme comido el tomate”. Sí, efectivamente fue un tomate el
responsable del estrés del can (y el nuestro) y es que está prohibido ingresar
en Chile con productos vegetales de otro país. No pensábamos que la cosa era
tan seria como para confiscar un tomate. Pero lo fue y el tomate se quedó en el
limbo entre Argentina y Chile. Fijo que se lo comieron.
Puerto Varas es una población preciosa que se asienta al borde del lago
Llanquihue, vigilada por el imponente volcán Osorno, que incluso en verano
tiene la cumbre nevada. Nos alojamos con la encantadora Paola, que vive con su
hijo Mateo de tres años. Tuvimos la suerte de coincidir con Mireya y Eduardo,
unos amigos de Paola y con los que fue un placer compartir comidas y charlas.
Hicimos varias rutas, como el salto de Petrohué, donde vimos increíbles
rápidos en un río de aguas turquesas, también visitamos el lago de Todos los
Santos, donde hicimos un poco más de piragüismo rodeados de volcanes de
cráteres nevados, ¡Ya nos sentimos medio profesionales de la modalidad! :) y conocimos un pueblecito precioso llamado
Frutillar, fundado por inmigrantes alemanes.
De ahí nos movimos un poco más al sur, a la isla de Chiloé donde uno
enseguida percibe que la cultura Mapuche ha encajado con éxito el paso del
tiempo y el mestizaje, conservando y ensalzando muchas de las tradiciones,
comidas y formas de artesanía propias de este grupo indígena. A destacar, el
mercado de Castro, nuestra base en la isla, y donde vendían los mejillones y
almejas más grandes que he visto jamás. Tan grandes como una mano abierta.
Estos moluscos son el componente principal del curanto que es el plato típico
Mapuche (ya descrito por Quique, al que conocimos en
Bariloche) que también lleva chorizo, lomo de cerdo y de unas masas de maíz
mezcladas con grasa. Este plato, que se puede hacer tanto al hoyo (literalmente
en un hoyo en la tierra lleno de piedras calientes y tapado con gigantescas hojas
de ruibarbo) como a la olla, es una bomba gastronómica que nos dejó tan
satisfechos como incapaces de movernos.
Las artesanías del lugar eran imposibles de ignorar. La calidad de las
lanas y tejidos era tan excepcional y tuvimos que hacer verdaderos esfuerzos
por refrenar nuestros instintos consumistas y no gastarnos todos nuestros
ahorros en las preciosas mantas y ornamentos que incansablemente tejen las
mujeres, en vivo y en directo, en los mismos mercados.
Fue durante nuestra estancia en Castro que mi madre sufrió la caída, por lo
que realmente no hicimos mucho más esos días que esperar noticias y pasear por
las tardes. Cuando fuimos viendo y notando a mi madre más animada y con un pronóstico de recuperación bastante positivo, decidimos
hacer algunas visitas cortas a una isla cercana llamada Achao, donde se
celebraba una fiesta costumbrista, con bailes, artesanía y comidas regionales y
también al parque natural de Cucao, un espectáculo de diversidad natural. De
camino a Santiago, hicimos una parada en Ancud, al norte de la isla de Chiloé,
donde existen unas islitas con poblaciones de pingüinos. Desde la misma
estación donde teníamos que coger el autobús a Santiago, contratamos un pequeño
tour alrededor de dichas pingüineras, que resultó ser una auténtica maravilla y
nos ofreció también el avistamientos de leones marinos e incluso de una nutria
marina, lo cual fue celebrado por nuestro guía como una auténtica excepción, ya
que al parecer este tipo de nutria es muy muy tímida y raramente se deja ver.
Ollie, muy hábilmente, capturó el momento en fotos.
El viaje a Santiago duró unas 15 horas, la mitad de las cuales las pasamos
de noche, durmiendo… ¡O intentándolo! La capital chilena nos recibió con una
bofetada de calor, aunque al menos aquí no es tan húmedo como en Buenos Aires,
por lo que se soporta mejor. Cassie, la sobrina de Alison (Si nos lees, Alison ¡Gracias
de nuevo por presentarnos!), nos abrió muy generosamente las puertas de su
casa, donde no sólo compartimos su espacio, sino también vimos nacer el
comienzo de una amistad tanto con ella como con su novio Aarón, con los que
hemos pasado y seguimos compartiendo muy buenos momentos. Durante esa semana
Ollie y yo encontramos un apartamento en el barrio de Bellas Artes que está en el
centro de la ciudad y que hemos alquilado por un mes, ya que nos hacía falta
descansar un poco tras un mes de movernos con nuestras mochilas sin parar y
también para que Ollie pudiera dedicar tiempo a estudiar castellano y yo le
diese un empujón a mi proyecto de escritura.
Santiago es una ciudad ruidosa y vibrante que no te impresiona a primera
vista pero que está repleta de mercados con productos frescos, barrios de
inesperada belleza y terrazas en áticos desde donde se atisban hermosos
atardeceres que bañan los rascacielos y los andes en una hechizante luz. Los barrios
del centro están salpicados de prósperos cafés y restaurantes que hacen las
delicias de Santiaguinos y turistas. En sus calles siempre parece haber alguien
vendiendo artesanía y tocando música en directo, llenándolo todo de alegría y
color. Las noches cambian el tono de la capital, convirtiendo los bancos del
parque de la bulliciosa Plaza de Armas en improvisadas camas para los sintecho.
Las calles más comerciales del centro, literalmente repletas de farmacias y
ópticas, hospedan de noche el negocio
del sexo en su forma más osada y vulnerable, bajo la indiferente mirada de la
policía. También, por lo que nos comentan, con el ocaso se destapa el tráfico
de una droga muy peligrosa por ser tan adictiva como barata, llamada pasta
base, que está corroyendo parte de la juventud de origen más humilde en esta
ciudad. De noche se ve y se siente un Santiago muy distinto, más crudo, que
deja al descubierto los retos sociales que aún están por alcanzar.
A principios de semana hicimos una
escapada corta a la famosa ciudad portuaria de Valparaíso, que nos dejó
totalmente deslumbrados, pero será Ollie quien os cuente lo que allí vivimos y
descubrimos, así como nuestros planes de futuro en Suramérica ¡Fotos debajo de
la traducción al inglés!
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After a
month without writing, we aren't sure whether there is still anyone on “the
other side” reading us. To those who are still there, persistently refreshing
our blog page looking for news from this side of the pond, we are very sorry
for the drought. Probably by now, you all know that my mum had a bad fall in
the shower and that she broke a vertebrae, which obviously had us very worried.
Fortunately my mum is recovering well (she’s such a brave woman!) and although
naturally this episode made me struggle with getting excited about doing any
writing, here is my attempt to summarise the last few weeks.
JUMP TO
CHILE
From the
small and remote Lago Puelo in Argentina, we got on a bus that took us to the
other side of the Andes, towards a town called Puerto Varas. The trip, in which
we were constantly surrounded by mountains, was a real treat to our eyes.
Crossing
the border wasn't exempt of thrill. As we arrived to the border, the Chilean
authorities invited us to leave the bus with our hand luggage, which we then
had to place on a long line of tables. While we queued with our passports and
immigration forms in hand, where we were asked to declare what we were bringing
into the country, a trained dog walked on top of the tables, smelling all of
our hand bags, as well as all the other luggage that was taken out of the bus
hold. The dog did several rounds walking on top of the tables along the bags,
stubbornly stopping every time by Ollie’s bag and finally barking at it
intently. At that point we were equally embarrassed and nervous, so when the
very stern looking policewoman asked us what we were carrying in the bag, I was
so anxious that I shouted loudly “A TOMATO!” making everyone burst into laughs
which eased us and everyone else a bit. Ollie looked at me then half amused and
whispered “I told you, I should have eaten it!”. Yes, a tomato was to blame for
the stress of the dog (and our own!) as it is forbidden to bring fresh
vegetables into Chile. We just didn't think it would be such a big deal, but it
was, and so the tomato stayed in “limbo” between Argentina and Chile. No doubt
they ate it afterwards.
Puerto
Varas is a beautiful place that sits by lake Llanquihue, watched over by the
imposing volcano Osorno, which even in the summer has its summit covered in
white snow. We stayed with the lovely Paola and her three-year old son Mateo.
We were lucky to also meet Mireya y Eduardo, some old friends of Paola who were
visiting and whom with it was a pleasure to share meals and conversations.
We did a
few tours from there, to the “salto de Petrohué”, where we saw incredible rapids
in turquoise river waters. We also visited the lake “Todos los Santos” and did
a bit more kayaking surrounded by more volcanoes with snowed craters (we almost
feel professionals in this field! J)
and went to a small village called Frutillar, founded by German immigrants.
From there
we moved a bit further south, to Chiloé Island, where one very quickly
perceives that the Mapuche culture has successfully dealt with the passing of
the time and the fusion of races; keeping and extolling most of the traditions,
gastronomy and crafts of this indigenous group. The market in Castro, where we
stayed, deserves a special mention, as they sell the biggest mussels and
clams I have ever seen. They were as large as an open hand. These molluscs are
the main component of the Mapuche star dish “Curanto” (already mentioned by
Quique, who we met in Bariloche) that also has chorizo, pork tender loin and a
sort of corn mash mixed with fats. This dish can be prepared “al hoyo” in a
hole in the ground filled with hot stones and covered with gigantic rhubarb-like
leaves) or in the pot, and it’s a gastronomic bomb that left us as satisfied as
unable to move.
The arts
and crafts sold in the island were impossible to ignore. The quality of wools
and fabrics was so exceptional that we had to fight back really hard our
consuming instincts not to spend all our savings on beautiful blankets and
ornaments that are tirelessly knitted, there and then, by women at every
market.
It was
during our time in Castro that my mum suffered the fall, so that meant that we
spent most days waiting for news and going for walks in the late afternoon. As
we started seeing and feeling that my mum was getting more cheerful and with an optimistic recovery prognosis, we decided to do some half-day trips
to the island of Achao, where there was a “fiesta costumbrista” with
traditional dances, arts and foods and also to the Natural Park of Cucao, a
spectacle of natural biodiversity. On our way to Santiago, we stopped in Ancud
at the north of Chiloé, where there are some tiny islands populated by
penguins. From the same bus station where we had to catch our bus to the capital,
we booked a tour to go and see these little islands and it turned out to be
truly wonderful as we were lucky enough to also see sea lions and even a marine
otter, which was celebrated by our guide as a true exception as that type of
otter is extremely shy and it’s rarely seen. Ollie very cleverly captured it in
pictures.
The
overnight journey to Santiago was around 15 hours long, half of which we spent
asleep… (Or at least trying!). The Chilean capital received us with a heat
wave, but at least here it’s not as humid as in Buenos Aires, so it’s easier to
tolerate. Cassie, who’s Alison’s niece (If you are reading us Alison, thanks so
much again for putting us in touch!), very generously offered us to stay at her
place, where we not only shared her space, but also saw the beginning of a new
friendship with her and her boyfriend Aarón, whom with we have spent and keep
on spending great moments. During that week at Cassie’s, Ollie and I found a
place in the neighbourhood of Bellas Artes that is in the city centre. We rented this small apartment for a month, as we needed to stay put for a bit after a month
and a half of backpacking and also for Ollie to have some time to study and for
me to give my writing project a push.
Santiago
is a noisy, vibrant place that doesn't get you excited at first sight but that
is filled with markets of fresh products, neighbourhoods of unexpected beauty
and top floor terraces from where you can watch mesmerising sunsets that splash
the city and the Andes with a bewitched light. The centre is littered with
thriving cafés and restaurants to everyone’s delight. Its streets seem to
always have someone selling some crafts and playing live music, filling every
corner with joy and colour. With the night the vibe of the city changes
completely, turning the benches of the bustling Plaza de las Armas into improvised
beds for the homeless people. The most commercial streets, literally packed
with pharmacies and opticians, host at night the sex trade in its boldest and most and
vulnerable form, under the passive presence of the police forces. Also, we hear
that it’s at this time of the day that flows the trafficking of a drug called
“pasta base” which addictiveness paired with its low price turns it into a very
dangerous substance that is corroding part of the most humble young
groups in this city. At night one can see a very different Santiago, a cruder
one that unveils the social challenges still to be tackled.
At the beginning of last week, we took a short trip to Valparaíso, a popular port city that left us dazzled, but Ollie will be the one to tell you what we lived and discovered there, as well as our future plans in South America.
Salto de Petrohué
El lago de Todos los Santos / Lake Todos los Santos
Con el volcán Osorno de fondo / With the volcano Osorno behind us
Los famosos palafitos de Castro / Famous palafitos in Castro
Enamorándome de una manta / Falling in love with a blanket
Pingüinos / Penguins
Leones marinos / Sea lions
Nutria marina / marine otter
Santiago
Santiago